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Una Conexión con el Mar

El Mes Nacional de la Herencia Hispana se celebra del 15 de septiembre al 15 de octubre. Este otoño, mientras nuestra nación celebra a los hispanos y los latinoamericanos y las importantes contribuciones que ha hecho esta comunidad, la Packard Foundation está destacando la historia del oficial de programa para la Conservación y la Ciencia Richard Cudney, compartiendo su pasión por el océano y dando a conocer los factores que motivaron su dedicación a este campo. Richard recientemente estuvo a cargo de la actualización a la Estrategia Marina para México de la Fundación, la cual regirá su otorgamiento de donativos y otras inversiones relacionadas para el período 2018 – 2021. Haz click aquí para ver la estrategia en inglés y en español.

Tengo innumerables recuerdos de mi conexión con al mar– pero el más memorable sucedió cuando cursaba la licenciatura en biología marina en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) hace 25 años.

Era octubre de 1993, en el corazón del Golfo de California, y yo tenía 21 años.

Me estaba aventurando por primera vez hacia la región de las Grandes Islas, una de las zonas marinas más productivas de la Tierra – un lugar donde las aguas frías, ricas y llenas de nutrientes emergen constantemente desde las profundidades del océano para alimentar la maquinaria de la vida en la superficie.

Dos amigos y yo partimos en el atardecer del pueblo pesquero de Bahía de Kino en camino a la Isla San Esteban. Había luna nueva, y el agua estaba lisa como un espejo. Mientras caía la noche, nuestra pequeña lancha se alumbraba por la bioluminiscencia en el agua.

Conforme nos acercábamos a la isla, me invadió el sonido de gaviotas patiamarillas y lobos marinos. Bajamos la marcha de la lancha y echamos un vistazo a una pequeña caleta para anclar y poner nuestro campamento. Cientos de sardinas dejaban destellos de luz debajo de nosotros al nadar, contrastando con el agua sangrienta y cabezas cortadas de tiburones en el fondo.

Mako, gambuso, zorro, volador, martillo… tiburones que conocía solo por lectura ahora estaban frente a mis ojos, aunque sin vida. Un pescador se acercó a nosotros con una cortada profunda en el dedo. Habíamos llegado a un campamento temporal de tiburoneros y el pescador estaba esperando a que sus amigos regresaran de pescar. Su dedo se lo había mordido un tiburón mientras lo subían a su lancha el día anterior. El hombre y sus compañeros pescadores eran del sur de México y nos dijo que habían estado siguiendo la “corrida de tiburón” mientras los animales se dirigían hacia el norte en la costa del Pacífico.

Mi mente estaba acelerada mientras trataba de entender lo que significaba ser tiburonero de tierras lejanas, acampando en una pequeña isla en medio de este enorme océano, arriesgando su vida por animales que se venden como materia prima en los mercados nacionales e internacionales. ¿Sus usos? Cartílago para el supuesto tratamiento para el cáncer, piel rugosa como lija para productos de cuero de lujo, hígado para producir vitamina A natural, y carne para alimentar el apetito de un mercado de consumo principalmente asiático. Mientras mi mente intentaba encontrarle sentido a todo esto, y mis emociones se intensificaban, oímos una ballena resoplar cerca de nosotros.

Decidimos dejar la protección de la caleta para salir a buscar la ballena con linterna en mano. Poco tiempo después, rompió la superficie para tomar una gran bocanada de aire. Fue ahí cuando vimos su largo dorso mientras nuestra lámpara se centraba en ella. Ya había tenido el privilegio de ver ballenas grises, pero esta criatura empequeñeció todo lo que yo había visto en mi vida entera– era una ballena de aleta, ¡el segundo animal más grande del planeta!

Apagamos el reflector y tratamos de verla mientras ajustábamos nuestros ojos a la oscuridad de la noche estrellada. Esto hizo toda la diferencia– magia me rodeaba y mis sentidos se intensificaban. Vimos una estela de bioluminiscencia ante nosotros a medida que la ballena tocaba la superficie del agua, interrumpiéndose cuando sacaba la cabeza para resoplar y respirar. El resoplido tenía un matiz de luz, y su espalda se iluminó al arquearse con agua salada bioluminiscente deslizándose por su tersa y negra piel. La ballena se estaba alimentando, dejando un camino de luz, y nosotros nos encontrábamos en medio de su banquete.

Apagamos el motor y nos quedamos quietos, admirando cada instante del espectáculo. Después de unos momentos, la ballena desapareció. Nos pusimos los visores y saltamos al agua. Mi corazón estaba acelerado con solo saber que un animal de 18 a 22 metros de longitud andaba rondado cerca de mí, coincidiendo con nosotros en tiempo y espacio en este inmenso mar. Tomé un respiro profundo y me sumergí lo más hondo que pude, rodeado de un baile de luz mientras cientos de sardinas se movían al unísono y se alejaban de mi cuerpo.

En ese momento, se me olvidaron los tiburones muertos. El océano estaba más que vivo a mi alrededor, y sentí el placer de estar en perfecta sintonía con él.

Recuerdo mi regreso a la lancha y comparar mi experiencia con los demás. Nos sentíamos conmovidos, recordando cada detalle de la experiencia. Estábamos a punto de regresar a la caleta para pasar la noche cuando de repente la ballena emergió a menos de un metro de distancia.

Todavía recuerdo todo, escena por escena como si estuviera sucediendo en cámara lenta. Sus inmensos ojo y boca, los pliegues de su garganta, su gigantesco espiráculo, la mancha en forma de chevrón en su espalda, krill colgando de su aleta dorsal y nuestra lancha meciéndose suavemente – incomprensible considerando que un ser descomunal estaba desplazando tanta agua a un lado de nosotros. Arqueó el lomo y se sumergió. Aleteó, dejando un destello de luz mientras se alejaba, seguido por un lobo marino nadando rápidamente detrás de ella, también iluminando el agua.

Mi mente y mi alma estaban atónitas por lo que acababa de ver.

Quería más.

Quería salir con esos pescadores y nunca dejar de aprender.

Experimentar esta yuxtaposición compuesta de inmensa belleza biológica y un mar abundante aprovechado por pescadores de tierras lejanas– pescadores que dependían de él para su subsistencia– era algo más que tentador.

No tenía la menor idea en ese entonces lo afortunado que había sido– que lo que había visto era el final de un capítulo. A principio y mediados de los 90’s fue el apogeo de la pesca de tiburón en el Golfo de California, provocada en gran medida por el mercado Asiático en Estados Unidos y China. Una época en que los grandes tiburones todavía abundaban en ese mar.

Me siento afortunado de contar con la perspectiva otorgada por el tiempo para poder reflejar sobre cómo era este próspero océano apenas hace unas décadas. Esta experiencia validó que quería dedicar mi vida profesional para trabajar en el Golfo de California y, en general, en temas relacionados al océano.

Tras 20 años en el ámbito marino, sé que tomé la decisión acertada. He dedicado mi trayectoria profesional a entender de mejor manera nuestra conexión con el mar y con aquéllos que dependen de él para la vida. Me he metido de lleno a las complejidades asociadas al uso de los recursos marinos, siempre intentando encontrar puntos intermedios entre nuestro uso de recursos naturales y el mantenimiento de la diversidad cultural y biológica.